ALFONSO
VÉLEZ PLIEGO
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Alfonso Vélez Pliego: la figura que forjó un gran instituto
El individuo más visionario que he conocido en mi vida, Alfonso Vélez Pliego me parecía imponente en un principio, pero se hacía accesible. Se podía conversar con él en la calle, en un evento cultural o en una fiesta. Sus oficinas no eran una fortaleza impenetrable ni se rodeó de guaruras que lo aislaran de los comentarios directos que se le quisieran hacer. Él era rector en 1984 y yo un extranjero con poco tiempo en el país y … buscando trabajo, cuando me encontré con Alfonso. Dejaré a las personas que sean más informadas y conocedoras de sus extensos logros -- como el rescate del Centro Histórico de Puebla -- y me limitaré a proporcionar una reflexión individual, siguiendo el lema de que “lo personal es lo político”.
Como rector, Alfonso entendió que la academia mexicana estaba a punto de experimentar el proceso de homologación, que requeriría que los y las profesoras tuvieran doctorados como se tienen en otras partes del mundo. Una de sus historias favoritas era sobre el momento en el que juntó a administradores y directivos de alto nivel para tratar el problema de cómo la UAP podría abrir programas de doctorado si no había un profesorado con ese grado. En cierto momento, uno de los presentes sugirió que podrían otorgarse doctorados entre sí y avanzar en ese punto.
Pero Alfonso veía otras maneras de resolver ese problema y una de ellas fue “importar” a pasantes de esos grados. Era internacionalista de corazón y el hecho de que yo fuera pasante de doctorado en historia fue un elemento importante para mi entrada en el Centro de Investigaciones Históricas sobre el Movimiento Obrero. Unos años después, cuando el Comité de Solidaridad con Nicaragua en Puebla le pidió un video para ayudar en su trabajo, Alfonso me mandó a Nicaragua como realizador, una decisión que debe de haber sorprendido a los sandinistas. Ellos proporcionarían el equipo, pero ¿a un gringo, en el momento en que el congreso de los Estados Unidos había aprobado 30 millones de dólares para la Contra?
Me había atraído la orientación marxista de la administración de Alfonso, pero los rectores que le siguieron resultaron decepcionantes. Además, ya para 1991, la falta de respeto y las grillas internas dentro del CIHMO me habían hartado y estuve a punto de renunciar a la UAP. Sin embargo, me encontré con Alfonso en la calle y cuando expresé mi molestia, me explicó que él iba a fundar el instituto que hoy celebra 30 años de existencia y me pidió que me quedara para trabajar en ello. Le dije que le seguiría hasta el infierno, pero resultó ser una especie de utopía académica como nunca había imaginado, porque los directores que han venido después de Alfonso han estado impulsados por su comprehensión de que la nuestra fue, y es, una tarea colectiva para que el Instituto prosperara. No había, ni hay, lugar para resentimientos, ni envidias, ni competencias. Nuestra meta era y es el bienestar del ICSyH.
Mientras pasaban los años, nos hicimos amigos en los portales y lugares anexos, pero el recuerdo de Alfonso que más me ha quedado es el de él como administrador universitario. Fue el primero que conocí íntegro y honesto. En los Estados Unidos había estado involucrado en la política estudiantil en la Universidad de California y tenía bastantes contactos con funcionarios. En el mejor de los casos, eran egoístas que sólo pensaban en construir más edificios para alojar a más burócratas. En el peor de los casos, estaban involucrados en la corrupción, mayor o menor, para su enriquecimiento personal. Alfonso fue mi primer contacto con un funcionario que realmente tenía legítimos intereses más allá de lo personal. Es la primera vez que sentí podían actuar para facilitar la vida de las y los académicos en lugar de entorpecerla y representar a un grupo que busca poder (y dinero) dentro de la universidad. Entrar en la Universidad Autónoma de Puebla me ha permitido vivir y desarrollar mis proyectos en un contexto académico insólito. La educación de verdad te debería cambiar la vida y he tenido esa experiencia, gracias a Alfonso Vélez Pliego.
John Marz